Día de la Madre – «Y una espada traspasará tu misma alma»

Pr. jorge enrique orejuela castillo
Pastor y consejero por más de 40 años. Graduado en Teología de la Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos. Médico cirujano graduado de la Universidad del Valle. Actualmente se desempeña como Presidente de la Junta de Presbíteros de la Iglesia Apostólica de Jesucristo - "Fe en Jesús" Comunidad Internacional.
Día de la Madre – «Y una espada traspasará tu misma alma»
El pasaje bíblico de Lucas 2:21-40 relata el encuentro que tuvo la familia de Jesús con Simeón, un hombre justo y piadoso, cuya esperanza suprema era encontrar al Mesías. Éste tomando al niño en sus brazos, bendijo a Dios por el ministerio especial que desempeñaría Jesús y lo que significaría para el pueblo judío y para los gentiles, pero también, le advirtió a María lo que le costaría a ella su maternidad: “y una espada traspasará tu misma alma” (Lucas 2:35 RVR 1960); refiriéndose a que sería una experiencia pasada por terrible quebrantamiento y dolor, como en efecto lo fue, al tener que ver a su hijo enfrentarse a tantas situaciones de agresión, contradicción, ataques, y en especial, a una muerte cruel.
Se puede decir que, desde lo instintivo hasta lo afectivo-emocional, la maternidad es una condición única y sorprendente, un surtido abundante de riquezas a nivel relacional, que no se encuentra en ningún otro tipo de experiencia. Son muchas las formas de sentimientos, emociones y disposiciones actitudinales que los hijos pueden despertar en su madre, desde un gozo desbordado, hasta el más profundo e indescriptible dolor. Para ellos siempre busca y espera lo mejor, y por ellos, está dispuesta a hacer los sacrificios que ningún otro haría.
Es por tanto el dolor una experiencia emocional inevitable en la maternidad (así como en la paternidad) y se manifiesta de muchas maneras, por ejemplo, en la sensación de impotencia que invade el corazón al entender que no hay mucho que se pueda hacer por evitar que un hijo sufra o se duela, ya sea, ante la salida de un diente, una enfermedad, una desilusión o un padecimiento largo y complicado por razones emocionales o afectivas. Sin embargo, el dolor hay que saber ubicarlo en los territorios justos, para que no haga daño a nivel relacional y para que no se convierta en un estorbo en el desarrollo válido de la vida de los hijos.
María es un ejemplo de esto, una mujer que, aun viendo a su hijo padecer la tragedia del Calvario, no se dejó encerrar por el dolor, ni se llenó de amargura, sino que se volvió una persona comprometida con el Evangelio y usó el dolor para construir su vida. Probablemente en su deseo de evitar que su hijo se expusiera a tanta adversidad, muchas de las decisiones de Jesús no fueron agradables para María y debieron dolerle, sin embargo, ella entendió que no podía reducir a su hijo a sus propios intereses y aprendió a acompañarlo en silencio, sufriendo, padeciendo, pero sostenida en la confianza del programa que Dios tenía para la vida de él.
El dolor hay que saber ubicarlo en los territorios justos, para que no haga daño a nivel relacional y para que no se convierta en un estorbo en el desarrollo válido de la vida de los hijos.
Es por ello que, en medio del dolor que producen los hijos, lo correcto son las salidas cristianas, no es la queja; es hacerles entender que no están solos, que cuentan con sus padres, pero, ante todo, que cuentan con Dios, su verdadero y suficiente Padre; y, asimismo, enseñarles que un dolor bien orientado no es una tragedia, sino que da fuerzas y descubre lo valiente y capaz que se es.
Es importante mencionar que existen tres dolores simultáneos que sienten los padres ante algún error representativo de sus hijos: El dolor del “qué dirán”: preocupa y golpea al ego lo qué van a decir los demás, por los desaciertos de sus hijos. El dolor de la culpa: la tendencia natural a pensar en dónde estuvo el error o qué se hizo mal con respecto a los hijos. El dolor de amor: duele todo aquello que los afecta, pues por amor se quiere siempre su bienestar y se anhela que sean personas de bien.
La capacidad de los padres de ayudar a sus hijos en esos momentos de crisis depende en parte de cuál de los tres tipos de dolor domine su vida; si es el dolor del “qué dirán” o el dolor de culpa, es muy poco probable que puedan aportar soluciones, ya que en el primero, sólo se busca restaurar la imagen social, y en el segundo, la culpa hace sentir mal y paraliza. Pero si domina el dolor de amor, este sí es de utilidad, pues el amor es responsable, comprometido, humilde y esforzado buscando alternativas; el amor hace que sea posible levantarse y seguir luchando para que los hijos salgan adelante. Cabe destacar que estos tres tipos de dolores si se reconocen y se saben enfrentar, pueden aprovecharse para crecer como padres. El dolor del “qué dirán” es una ocasión para aceptar las limitaciones propias, crecer en humildad y ser comprensivos con los demás; el dolor de culpa es útil en la medida en que se puedan identificar estilos o criterios educativos que hayan sido insuficientes o no adecuados, para cambiarlos si es necesario; y el dolor de amor es el gran motor para intentar con todas las fuerzas que los hijos se restauren, pues es el amor el que sabe sacar provecho de los dos primeros dolores y concentrarse en todo aquello que construya las soluciones de fondo para las necesidades de los hijos.
Dios a los seres humanos los hizo aptos para enfrentar el dolor de manera constructiva y salvadora. Por tanto, la invitación es hacer del dolor un recurso de poder, de unión y de acercamiento a Él; busque ayuda, acérquese a alguien que pueda abrirle el panorama y orientarlo de la manera adecuada a encontrar alternativas en Dios frente al dolor.